Es verdad que la mayoría de las veces hemos tomado una leche de almendras fresca en verano como las de chufa. Si bien, cada día más personas la toman como un sustitutivo de la leche de vaca ya que son intolerantes a la lactosa o por motivos de salud.
Para preparar una buena leche de almendras sólo hace falta agua y almendras. Es cierto que podemos añadir un poco de miel, azúcar o edulcorante para hacerla dulce y un poco de esencia de vainilla o canela para darle cierto sabor pero básicamente el agua y la almendra es lo que necesitamos.
Para hacer un par de vasos se necesitan unos 100 gramos de almendras crudas, si son peladas mejor y hay que tenerlas en remojo unas horas, cuanto más tiempo estén más fácil será pasarlas por la batidora y medio litro de agua.
Tras batir las almendras con el agua se deben pasar por un colador de gasa para que quede la harina de almendra adherida a él y así la leche formada sea lo más líquida posible. Si no nos importa que tenga tropezones podemos bebernos directamente la mezcla.
En cualquier caso la harina sobrante no se va a desperdiciar pues se puede dejar secar o congelar para un posterior uso como añadido de unas galletas, bizcochos o panes, para una salsa o un helado.
Si la leche nos sale muy clarita puede ser que hayamos puesto mucha agua o que no hayamos batido lo suficiente, con poner menos agua o batir más solucionamos el problema.

Hay que tener en cuenta que si no tomamos la leche inmediatamente irá precipitando la almendra, dando unas vueltas con una cuchara será suficiente par volver a hacer la suspensión.
Además, podemos guardarla en la nevera durante unos días, 3-4 sería lo ideal.

Si en vez de almendras queremos utilizar nueces o avellanas adelante, es cuestión de variar el gusto.